por Ruth García Núñez de Arenas
Hacía 4 años que no veía a Los Planetas en directo y hacía muchos más que no sentía algo tan especial en un concierto y menos de la banda de origen granaíno. La última vez que les vi, ni siquiera pude disfrutar de ellos, no era el momento, quizás, ni el tiempo, ni el sitio. Mi cabeza no lograba disociar la cotidianeidad y centrarse en el directo, no conseguía encontrar ese camino, aparentemente fácil.
Pero la experiencia me ha enseñado a ser paciente y a esperar lo inesperado, porque la vida te sorprende cuando menos lo esperas y te gratifica y llena sin pedirte nada a cambio, una sonrisa, si acaso.
El 29 de octubre, en la platea central, fila 9, asiento 9, a las 21.09, comencé a esbozar esa mueca tan estúpida como necesaria al saber que esa noche sí iba a disfrutar de una banda que ha marcado mis años más sombríos, dando cierta luz a la desesperación propia de los desengaños sentimentales, esos que nos hacen ser quienes realmente somos.
Soy una mujer con mucha suerte, sí, lo soy. Tanto es así que puedo decir que 5 años antes de ponerme a escribir estas líneas conocí a uno de los artistas que más me ha impresionado sobre el escenario, un tal Eric Jiménez, un baterista con fama de deslenguado y carácter irreverente que, sin pretenderlo, es el alma, santo y seña de la formación que el pasado jueves revolucionó el Auditori barcelonés, plaza tan especial como difícil, porque su público no acostumbra a propuestas “rollo indie”.
Los Planetas, Auditori, Barcelona, 2015.
Silencio, butacas llenas. Silencio de nuevo, interrumpido por una voz en otra lengua, un canto en otro idioma, a otra cultura, a otra tierra y religión que, en realidad, sigue muy presente en la Alhambra. Una plegaria masculina dejaba entrar tímidamente las primeras notas de “Los Poetas”, tema con el que la formación entraba en acción.
Quietud, respeto y cierta timidez se hacían presentes en los asistentes que tras hits como “Señora de las alturas” y “Nunca me entero de nada” hasta que el universo tóxico que todos llevamos dentro se dejó ver con “Toxicosmos”, un himno generacional y el tema que arrancó a un auditorio que se volcó, entregadísimo, a las 2 horas de concierto de Los Planetas.
Los andaluces se habían metido en el bolsillo a los que allí estábamos, atónitos por la fuerza de un directo que no desmereció en ningún momento, a pesar de la memoria olvidadiza de Jota para con las letras de algunos temas (algo que el público le perdona…qué más da, eso no es lo importante).
No sé cuántos seríamos en el enclave catalán, ni tampoco si todos éramos seguidores de una banda que se ha ganado el respeto de artistas como Ángel Molina, uno de los pilares de la música electrónica con sello nacional que estaba justo detrás de mi, contemplando aquella demostración de saber hacer por parte de la banda. De veras no soy consciente.
Sólo sé que “db”, “Santos que yo te pinte”, “Si me diste la espalda” o “Devuélveme la pasta” fueron el comienzo de una fiesta que era imposible de parar (daba igual que el concierto estuviera “pensado” para estar sentado…el Auditori se puso completamente en pie para bailar, cantar y gozar el tremendo repertorio que nos esperaba).
Llenos de fuego y con ganas de más nos fuimos al primer bis y de “Alegrías del incendio” llegamos al mítico “Segundo premio”, un clásico que fue acompañado de una declaración de intenciones que finalizaba con uno de los temas más perfectos que jamás he escuchado, “La copa de Europa”, reflexión en voz alta con la que cerró un espectáculo que quedará en mi memoria mucho tiempo. Puede que toda la vida…que así sea.